América Latina fue una de las regiones más afectadas por la crisis económica internacional de 1929. El deterioro de la balanza comercial, producto de la caída de la demanda europea y norteamericana sobre las materias primas de exportación, generó un colapso casi total en varias economías de la región. Se trataba de débiles economías monoexportadoras que en pocos meses vieron cerrados sus mercados que sustentaban sus principales ingresos nacionales. El PIB se contrajo notoriamente y una galopante inflación, sumada al desempleo masivo, agudizó los problemas sociales existentes.
La crisis económica no tardó en generar fuertes protestas sociales de los grupos medios y populares que vieron acrecentada su vulnerabilidad. La cuestión social y urbana se hizo cada vez más profunda, dando paso a un clima de inestabilidad política que cuestionó la hegemonía de las oligarquías nacionales. El proyecto oligárquico, que se había construido después de las guerras de independencia, a lo largo del siglo XIX y sustentado por el modelo primario exportador, entraba en una profunda crisis que terminaría en su colapso.
Tanto los sectores medios como populares identificaban a la oligarquía terrateniente, comercial y minera como la principal responsable de la crisis. Los sectores medios sustentaron una crítica profunda al modelo primario exportador y oligárquico, generando las bases de un potente movimiento nacionalista, en el que los militares jugaron un rol central. En este clima, los militares accedieron al poder por la vía de los golpes de Estado o bien por medio de elecciones democráticas, asumiendo un discurso de cohesión social. En el plano económico, planteaban transformaciones económicas profundas, que permitieron a las economías nacionales fortalecerse y protegerse frente a los embates cíclicos del capitalismo.
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